
Periodista y profesor de la Universidad de La Habana. Aprendiz…
Aunque su ADN original no llevaba el gen cubano, Matías Pérez es tan famoso en esta Isla como la mula que tumbó a Genaro o la hora en que mataron a Lola.
Y es que está presente siempre a través de la simbólica frase “voló como Matías Pérez” para indicar cuando algo o alguien desaparece.
El personaje nacido en Portugal y extraviado en un globo aerostático, vive en leyendas, carteles, audiovisuales…, y hasta un cómic de ciencia ficción lo reinterpreta como un héroe espacial.
Lo cierto es que al hombre le gustaba tanto el riesgo, como a Hemingway el daiquirí.
Con un pasado de marino y fabricante de velas para barcos, el creador de toldos más famoso de La Habana probablemente se aburría en tierra y ansiaba conquistar los cielos.
Decidido, se enroló como auxiliar del célebre Eugéne Godard y lo ayudó en tres ascensiones exitosas.
Por el día, preparaba cuerdas y alforjas, revisaba instrumentos, registraba el tubo de gas y lanzaba globos piloto.
Por la noche, leía sobre grandes vuelos y soñaba con ser él quien dirigiera la aeronave entre las nubes.

Cuando el anhelo devino obsesión y estuvo listo para el despegue en solitario, pagó a su jefe un millar y cuarto de pesos fuertes, y se quedó con el Ville de Paris.
Aquel globo surcaría los aires al mando de Matías Pérez el 12 de junio de 1858, pero la suerte y una válvula abierta, lo haría descender con rapidez sin que ocurriera un accidente mayor.
El obstáculo no amilanó al Rey de los Toldos a intentar la segunda ascensión, mas el verano caprichoso del Caribe frustró el deseo de nuevo.
“Yo vuelo o me cambio el nombre”, debió pensar esa tarde, porque unos días después, estaba listo de nuevo.
Despedido por los curiosos del Campo de Marte, Matías Pérez se elevó, dicen que un domingo de junio, más alto que de costumbre.

Con fuertes vientos hacia el norte y un cielo más gris que azul, la nave bordeó La Chorrera y fue avistada por pescadores que volvían a refugiarse.
Matías Pérez observó los botes cada vez más pequeños y apenas hizo caso a la ayuda ofrecida desde allí.
Donde el río Almendares desemboca hasta volverse mar, arrojó sus bolsas de arena y continuó el trayecto final.
El Ville de París se volvió un punto diminuto hasta fundirse en la grisura, y nunca más se vio el rostro del que soñó con volar en Cuba.
Quizás, solo quizás, su plan siempre fue perderse en la inmensidad de los cielos; allí donde el hombre, por un instante, se siente de veras libre.
*¡Até logo, Matías Pérez!: Hasta luego, Matías Pérez.
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Periodista y profesor de la Universidad de La Habana. Aprendiz de fotógrafo y friki por cuenta propia.