Aurora Bosch, Mirta Plá, Loipa Araújo y Josefina Méndez son las cuatro joyas del ballet cubano.
Hace 55 años, en junio de 1967, el célebre crítico inglés de ballet Arnold Haskell bautizó con el nombre de Las joyas cubanas, a cuatro jóvenes bailarinas: Aurora Bosch, Mirta Plá, Loipa Araújo y Josefina Méndez.
El conocido especialista fue partícipe directo en la gestación del ballet inglés junto a Ninette de Valois, Marie Rambert y Liliam Baylis.
Además, fue testigo del quehacer renovador de los Ballets Rusos de Sergio de Diaghilev y cercano admirador de estrellas legendarias como Ana Pávlova, Tamara Karsávina y Olga Spessítseva.
Así, Arnold Haskell nos estaba entregando un documento que, con el tiempo, habría de convertirse en uno de los más trascendentales para la balletomanía cubana y para la historiografía y la crítica de la danza en Cuba.
En él se establecía de manera rotunda, no solo que el ballet cubano era ya algo más que la valiosa y abnegada trilogía Alonso, empeñada durante años en plantar en medio del Caribe la semilla “exótica” del ballet académico.
El ballet cubano era también “una valoración que en justa medida hacía reconocimiento a los logros históricos de la Escuela Cubana de Ballet, y a la individualidad de sus más sólidas representantes jóvenes”, al decir de Miguel Cabrera, Historiador del BNC en su libro Las cuatro joyas.
En ocasión de la entrega del Doctorado en Ciencias del Arte, en la especialidad de danza a Aurora Bosch y el Doctorado Honoris Causa del Instituto Superior de Arte (ISA) a Josefina Méndez, Loipa Araújo, Ramona de Sáa y Mirta Plá, en el año 2000, Pedro Simón, director del Museo de la Danza y de la revista Cuba en el Ballet, al hacer el elogio múltiple de estas cinco imborrables huellas de la danza cubana, ofreció un perfil perfecto de cada una de las historias confluyentes.
Enfoquemos, pues, a Mirta Plá (Cuba, 1940- España, 2003). Aquellas certeras palabras que Pedro Simón dedicara a la artista cobran hoy especial connotación, por ser ella uno de los baluartes más importantes de la danza cubana:
“Mirta Plá fue –argumentó en aquel elogio-, en este grupo de estrellas, la primera que alcanzó el rango de prima ballerina (1962). Su profesionalidad escénica ha estado definida por la femineidad, la sencillez, la gracia y la serenidad.
Su danza fue siempre clara y sosegada, sin transgredir jamás los límites de sus notables posibilidades.
Son inolvidables para nuestro público aquellos personajes de carácter juvenil, en que se engarzaban perfectamente el peculiar encanto de su sonrisa, y su aire indulgente y refinado.
¿Cómo olvidar su Lisette en La fille mal gardée, o la Swanilda en Coppelia, la Princesa Aurora en La bella durmiente del bosque, o su laureada interpretación de Cerrito en el Grand pas de quatre?”…
A la altura del tiempo regresan los recuerdos de aquella niña que comenzó a estudiar piano en el Conservatorio Municipal de La Habana motivada por la tradición musical de la familia.
Un día en ese centro, al acercarse a una clase de ballet, fue como un imán, un amor a primera vista…, se dio cuenta de que esa sería su historia.
En 1950 comienza su formación, y al año siguiente entra en la Academia de Ballet Alicia Alonso, donde comienza a “tocar” el firmamento de esta especialidad guiada por Fernando y la propia Alicia.
Allí tuvo otros importantes profesores de la talla de León Fokine, Alexandra Fedorova, Charles Dickson, José Parés…
Hasta que el 15 de marzo de1953, en el teatro América tuvo lugar su debut profesional como alumna de la Academia, en el Vals de las flores del ballet Cascanueces, con el Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba.
De ese instante expresaba siempre: “… lo recuerdo perfectamente, como si fuera hoy mismo. Aún yo no era profesional y como faltaban muchachas para el cuerpo de baile, se me dio la posibilidad de bailar en el Vals de las flores, de Cascanueces.
“Éramos seis bailarinas y a pesar de que la practiqué muchísimo yo estaba muy nerviosa, porque en esa escena había dos momentos en los que debía bailar un brevísimo solo.
“Recuerdo muy bien que era una frase de 16 tiempos, una sencilla diagonal hacia adelante y hacia atrás. Esa constituyó mi primera actuación importante con la compañía y también mi primer solo”.
Así comenzaría la carrera de una de nuestras más grandes bailarinas, Mirta Plá.
”Mirta Plá posee una serenidad tremenda, y la mayor gracia natural. Un movimiento se diluye en el próximo en continua armonía. Ese es el “bel canto” de la danza…”, dijo en 1967 el célebre crítico Arnold Haskell.
Una perla en las profundidades danzarias…
Cual hermosa perla, Mirta siempre brilló por derecho propio, con una luz singular que nos encendía los adentros en cada actuación. Por eso añadió su nombre a tantas obras.
Siempre vivirá en el recuerdo de aquella joya lírica de Gustavo Herrera: Alfonsina, uno de los últimos ballets dentro de su repertorio, y que él creó especialmente para Mirta.
“Leí mucho sobre ella, cómo fue su vida, su conflicto sentimental, su muerte y me sentí muy comunicada con Alfonsina”, dijo una vez la bailarina, profesora y maître.
En ella dejó su impronta, vestida de una melancolía, casi suplicante, bañada del desamor irreparable que llevó a la poetisa argentina más allá de la locura.
Pieza que bordó con su madera artística y personal para hacerla también suya.
Y apareció en su camino luego de interpretar durante mucho tiempo la Consuelo de Tarde en la siesta, de Alberto Méndez.
¡Mirta Plá parecía esculpir en danza el sentimiento que convoca el nombre mismo!
Como todo lo que tocó, porque para ella era de vital importancia entregarse en cuerpo y alma.
Se trataba de dos personajes de gran profundidad, pero muy distintos.
“Cuando uno asume un ballet, expresó en una ocasión en una entrevista, por muy sencilla que fuera la obra, el resultado artístico depende de la dedicación. Un ballet es como una maquinaria de reloj, y la maquinaria es el bailarín…”.
Ella era una bailarina de “sensualidad típica de la cubana en su forma de bailar, además de su hermosura y expresividad”.
Así la calificó un día el maestro Fernando Alonso, algo que siempre la acompañó a lo largo de sus años en las tablas prestando su piel a personajes tan disímiles, variados, como la Princesa Aurora (La bella durmiente) –uno de sus trabajos más recordados y atractivos-.
Era como la encarnación de algo real, que llevaba dentro, por el físico, por el alma del personaje, por la técnica que se avenía a sus condiciones físicas naturales…
Al igual que la Lisette (La fille mal gardée) donde vibraba la muchacha alegre, de amplia sonrisa siempre juvenil, con tintes de maldad picaresca adolescente, y en el que desbordaba esa capacidad nata para enfrentar roles demi-carácter.
Algo que se emparentaba también con la Swanilda de Coppelia, otro de los trabajos donde dejó grandes huellas…
Y qué decir de Mlle. Cerrito, de Grand pas de quatre… Plena de vitalidad, astucia danzaría, belleza estilística se sumergía en ella, danzando el vals con un arte y técnica desbordante
No por azar, alcanzó en 1970, la Estrella de Oro (compartida junto con Loipa, Josefina y Aurora) del VIII Festival Internacional de Danza de los Campos Elíseos, en París.
También obtuvo un premio especial del jurado por su interpretación de Madmasuelle Cerrito, otro rol histórico de ella en el ballet cubano.
Tantos y tantos ballets: El lago de los cisnes, Las sílfides, Giselle, Paso a tres, Edipo Rey…que regó con su astucia danzaría, con su espíritu alegre, delicadeza, amor…
Pero dejemos que ella hable de sus preferencias, de sus personajes, de los estilos y momentos que vivió en algunos de ellos, donde moldeó las personalidades para hacerlos vivir en escena.
Preferencias de Mirta
¿La Princesa Aurora? Era para Mirta vivir en un cuento, solo escuchar la música la emocionaba, solía decir…
Y el día de su aniversario 30 del debut escénico sobre las tablas (1983) bailó el Adagio de las rosas con cuatro “compañeros que me hicieron sentir como una princesa: Esquivel, Salgado, Carreño y Zamorano”, comentó en una entrevista.
Mientras que ¿Lisette?: “Me divertía mucho, era traviesa y me venía muy bien aunque era difícil de interpretar”.
¿Consuelo?: “La estrené en 1973, bellísima obra, había que transformarse en una mujer de la época colonial nuestra con todos su problemas…”.
¿Grand pas de quatre? Las unió a las cuatro joyas… “una hermosa época, juntas iniciamos una escuela, nos desarrollamos al unísono, y siendo diferentes marcamos una época del Ballet Nacional de Cuba”.
¿Cisne negro? Siempre argumentaba que tuvo que trabajarlo mucho, pero cuando lo bailaba bien era muy feliz.
¿Giselle?: “Lo interpreté a partir de 1968, fue un premio bailarlo. Y todas teníamos una meta a seguir, un ejemplo muy alto: Alicia. Abordarlo después de ella era difícil”.
En otras confesiones Mirta Plá argumentaba siempre que su mayor aspiración era bailar.
Mirta Plá se propuso ser una bailarina completa.
Le entusiasmaban los estilos romántico y clásico, pero siempre estaba preparada a enfrentar retos y asumir personajes distintos a los que el auditorio estaba acostumbrado a verla interpretar.
Tocaba el piano, a veces. Le gustaba Chopin y disfrutaba con las buenas pinturas. En términos de literatura, solía decir que no tenía preferencias concretas.
Después de Alicia, la bailarina que más admiró fue a Galina Ulánova, aunque no pudo verla bailar mucho, le encantó su trato, su manera de ser…
¡Cuánto más se podría decir de nuestra querida Mirta Plá!, y llenar cuartillas con su singular historia.
Junto a su carrera como bailarina desarrolló una loable labor docente que había comenzado en 1957; desde 1962 en la Escuela Nacional de Ballet y más tarde en México, Perú, Italia, Bélgica y también en España, donde vivió sus últimos doce años de vida.
En Cuba obtuvo altas distinciones: el Premio Nacional de Danza, la Orden Félix Varela y el Premio del Gran Teatro de La Habana, entre otras.
Ese implacable, el tiempo, pasa, pero Mirta Plá sigue entre todos nosotros, en la obra del Ballet Nacional de Cuba, en cada pieza que rozó con su magia, tejiendo en el movimiento fibras sensibles que aún hoy vibran en las memorias, porque no hay dudas: ella vació el cuerpo para bailar el alma.
Por Toni Piñera